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El valor de un «por mis huevos»

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De entre todas las opiniones en contra de la gestación subrogada, echo de menos una honesta y sincera que venga a decir, sin circunloquios ni sofismas, «porque me incomoda» o «porque no y punto». Hasta ahora, todo lo que he leído sobre el tema para condenarla son ejercicios de petit point para justificar la postura intuitiva y no meditada, peticiones de principio o sofisticadas demonizaciones del ánimo de lucro. Reconozco que yo a la libertad de cada cual soy de ponerle pocos peros, en eso no soy muy dada a la adversativa. Así que me parece bien que alguien, a cambio de dinero y por voluntad propia, decida gestar en su útero al hijo de otra persona. Aquí es donde se introduce el factor pobreza que, por lo visto, inhabilita para tomar decisiones legítimas. Es curioso porque la pobreza es razón suficiente para que tu decisión de tener un hijo para otros a cambio de dinero se vea cuestionada, pero no tanto si la decisión es abortar. Lo mismo ocurre con la prostitución. Es mi cuerpo y yo decido, pero depende de lo que decida. 

No encuentro, la verdad, mayor problema a recibir un dinero a cambio de poner a funcionar el aparato reproductor, como no encuentro razón a invocar el altruismo. ¿No cobramos todos a cambio de nuestro esfuerzo, ya sea físico o mental? ¿Por qué en este caso debería ser por pura filantropía? ¿Qué diferencia habría entre que el mayor don de alguien sea el de poder gestar, el de desenvolverse entre las sábanas con envidiable swing, la fuerza suficiente como para ser estibador portuario o ser capaz de juntar palabras con cierta coherencia y estilo si el desempeño de esa virtud es elección propia? Que se están comprando niños, dicen algunos, agitados. Mercantilizando al ser humano. Como si esto fuese un bazar de esclavos o una granja de churumbeles. En realidad no es ajustada la afirmación: no se está comprando un niño, se está en todo caso pagando por la capacidad de gestar a un hijo deseado ante la imposibilidad de hacerlo una misma.

«No deja de ser curioso que seamos más sensibles ante el hecho de cercenar una vida que de darla» 

En puridad, se paga por el recipiente adecuado. ¿Tendrían algún problema si eso pudiese ser llevado a cabo en un útero artificial, de existir? ¿Si fuese algo mecánico y sin emociones lo que facilitase las condiciones necesarias para que la gestación de un ser humano, deseado pero imposible de crear por el método tradicional, llegase a término? Porque no es muy diferente a las técnicas de reproducción in vitro, si nos ponemos estrictos. Donde veo el problema es, precisamente, en el otro lado. Que, agotadas todas las vías, solo quien pueda permitirse asumir el coste que supone llevarlo a cabo en el extranjero y con garantías pueda tener un hijo. Es decir, que donde nos penaliza el nivel adquisitivo es precisamente en el lado que no se contempla: antes se iba a abortar a Londres, la que se lo podía permitir, y ahora a Florida a ser madre, también quien puede. No deja de ser curioso que seamos más sensibles ante el hecho de cercenar una vida que de darla. 

Al margen de todo, si algo tenemos que agradecer a Ana Obregón con esto de poner sobre la mesa este debate, aunque sea involuntariamente, es el haber hecho colisionar todas las causas justas del momento unas contra otras: la salud mental no hay que perderla de vista, pero arremetemos sin contemplaciones contra una mujer con dificultades manifiestas para afrontar y superar un duelo y la soledad. Muy por la igualdad entre los sexos, pero nos escandalizamos ante una mujer de 68 años que decide ser madre pero no ante hombres de edad parecida que lo hacen. Queremos que las mujeres decidan sobre su cuerpo, que para algo es suyo, pero no siempre. A tope con la libertad sexual, pero no con la reproductiva. Los cuidados en el centro, pero no si se trata de una criatura que no ha sido engendrada estrictamente donde toca.

La verdad es que hay veces que agradezco que alguien no abierto al diálogo y el intercambio de ideas reconozca que, no sabe por qué, pero que se opone. O que se trata de un motivo religioso. O, simplemente, un desacomplejado «por mis huevos toreros». Yo, ante un «por mis huevos toreros», me quito el sombrero. Pero no me lo vistan de domingo, por favor. Un respetito. 


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